La muerte

 Noche de viernes, frío, calefacción, cena, amigos, tertulia, aguantando por pereza las ganas de ir hasta el baño. Y comienzo a pensar, a ver la película de terror. En medio de este jolgorio se ha parado el corazón. El precioso sofá de terciopelo rojo y oro invadido por las heces y orines bajo una postura antes digna, ahora grotesca. "Después de morir el cuerpo puede orinar, defecar, liberar gases e incluso eyacular. Esto pasa porque se pierde la función cerebral y por ende, el control del cuerpo. Además, al endurecerse y luego relajarse los músculos, los fluidos se sueltan. Cuando un hombre muere boca abajo la sangre puede fluir hacia su zona inferior, provocarle una erección y posteriormente, una eyaculación. Con respecto al pelo y las uñas parecerá que siguen creciendo, pero lo que realmente ocurre es que se ven más largos porque la piel pierde humedad y se recoge". La muerte sitúa al ser humano frente al espejo. Es la excelsa representación de Lo Indigno, Lo Perecedero, La Ilusión. Un trampolín final capacitado para reflejar la naturaleza miserable y ruin de los hombres. Y lo resuelve a modo de estercolero, dónde depositar la basura. En su descomposición las bacterias despiden derivados químicos como la putrescina y la cadaverina, insufrible el hedor. Bajo tierra el cuerpo tarda ocho veces más en descomponerse. Del gris al púrpura, un verde oliva, y el marrón, el color del cuero. La contracción de los músculos erectores del pelo simulará una especie de barba en ambos sexos. Literariamente y con frase lapidaria: La muerte es el castigo al Ego. Ríanse de la naturaleza diabólica del Diablo frente a esto. Billones de bacterias alojadas en el intestino salen al encuentro del festín. Parásitos microbianos dotados de inteligencia y conciencia, a día de hoy traen de cabeza a los biólogos por el desconocimiento acerca de ellos. Mientras tenemos vida la mayoría de los órganos internos están libres de microbios. Frente a la muerte, aparecen por sorpresa desarrollando un itinerario: intestinos grueso y delgado, capilares, nódulos linfáticos, hígado, bazo, corazón y cerebro. Somos un monstruo que aloja a otros monstruos. Un centinela con un ejército plagado de soldados dispuestos a la guerra. Carne que come carne para ser comida después, ingerida, triturada, defecada. En 58 horas la colonización es total, absoluta. Hay jerarquías, planificación, control. Las especies aeróbicas, que necesitan oxígeno para crecer, ceden el terreno a las anaeróbicas, que no lo necesitan. El nivel de entendimiento es acojonante. Una estructura política en toda regla, institucional. Hay Estado. En algunos cuerpos el abdomen se abre de golpe. Un huevo Kinder. La superficie del cuerpo, llena de ampollas. De la rigidez a la flacidez, desprendimiento de las capas de la piel que apenas sujetan al armazón. Como leprosos, zombies, condenados, malditos, que diría Dante en la Divina Comedia, atravesamos: Inferno, Purgatorio, Paradiso. Una cosa, el último sentido que se pierde, el oído. "Ostia, la ha palmado", "hay que llamar a la ambulancia", "espera, la clave de la caja fuerte, total, no necesita el dinero", "la cartera, los bolsillos, los cajones del dormitorio, buscad, coño". Amelia y Luisa quedan solas en el salón. "Mira, chata, siempre le tuve ganas, ayúdame a colocarlo en plancha que me lo voy a follar, aún está caliente, no se notará". Ahora cojan las palomitas y no pierdan de vista el televisor. 

Imagen: Jean-François Millet. La muerte y el leñador, 1859/ Pinterest


Varry Brava. No gires

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