Compasión, no, gracias

 "Muere congelado el fotógrafo René Robert tras pasar toda la noche tirado en una calle de París por una caída y ante la indiferencia de los transeúntes, nadie prestó ayuda al hombre de 84 años que estuvo consciente en el suelo hasta su fallecimiento". La noticia apenas supera unos cuantos comentarios en las redes sociales. Pasa desapercibida. No es viral ni leída. Ustedes tiemblan ante la cadena de guerras qué son inminentes, porque el levantamiento de Oriente Medio es un hecho y el conflicto con Europa hasta el más ciego, tonto o lelo podía adelantarlo sin ser un experto en materia internacional. Yo temo a la falta de compasión. No tuvo hueco, se mudó para siempre, cuando la busco en la memoria la encuentro en la década del final de los 80. "Ya no escribes, echo de menos leerte". Seguiré haciéndolo por cargo y destino, sin más razón que ésta. La ternura y la compasión no están en alza. El mundo se me hace incomprensible, la verdad. Es un juego de palabras, al revés. Todo lo contrario, veo demasiado y acertado. Qué no quiera mover la pluma aquí es otro tema. La Historia es repetición, la Dialéctica, también. Observo la enorme preocupación por la clasificación de España en Eurovisión. Hasta en un mecanismo tan sencillo como disfrutar de unos cantantes que suben a un escenario lo convierten en competencia, insultos, desavenencias, incluso, odio, qué lamentable. Perdimos las llaves del coche, o mejor, la bicicleta, esa utopía qué pedíamos año tras año a los Reyes Magos. Pisamos el acelerador hacia atrás para acabar en ninguna parte. Nos roban el agua cuando se privatiza. La luz, los bienes de consumo básicos e imprescindibles para vivir. Lo privado se convierte en público cuando es deuda para pagarla la chusma, los tontos de la piruleta. Y aún creemos qué nos sustenta la dignidad, mentira. Yo practico a diario la introspección, inevitable. El viaje hacia dentro. Lo que escapa a mi control no me interesa. Los brazos de una mujer, los pechos de una mujer, la vagina de una mujer, la cabeza de una mujer, el corazón y el alma de una mujer, no hay razón más poderosa qué produzca el impulso de andar entre la jauría, la granja humana deshumanizada con acierto y descontento. Pido poco, a lo mejor. A lo peor, la memoria de las cosas, las palabras en el ocaso rumbo a Ítaka, la contemplación por sí misma, ese acto tan infravalorado por carecer de plusvalía o beneficios económicos, rentables. El acto de vivir es arriesgado. Desautorizar a la autoridad, grave, pero imprescindible. Después de Jesús Quintero la entrevista periodística ha caído en el olvido debido a la frivolidad de quienes la ejecutan. Los personajes resultan poco o nada atractivos cuando a lo único a lo que eres capaz de llegar es a una mueca, una pose, un traje de quita y pon. En todas las áreas. La falta de compasión, el tema, lo sé. Practiquen, cuñaos. Cuántos centímetros cúbicos puede ocupar en el aire, un dilema, para respirarla, en medio de tanto caos. Compasión, acúdeme, socórreme. Te doy la dirección. Y llamó a la puerta, tímidamente, con prudencia, le preocupaba no poder pagar el alquiler, ya ves.

Imagen: Botijo por compasión/Pinterest


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