El diario

 A nivel mental, sequedad, rigidez, ralladura, es propia del vacío. Dichos aspectos, en su lenguaje emocional, son traducidos en amargura. Nos definen las emociones, conscientes e inconscientes, nunca un logaritmo, a pesar de que ciertas ramas de la ciencia lo crean, lo defiendan, lo apostillen. Y aunque recurran a elocuentes oradores, de prestigio, manteniendo tal o cual premisa, fallan, se mueven en el error, la mentira, la falacia. Fumo por compañía, porque la soledad y la muerte son inherentes a la vida, cabalgan juntas. "Y la química, figura". "También hace su trabajo, sí". En caso de pérdida de memoria por accidente o suceso traumático, seguiríamos amando a las personas elegidas anteriormente en nuestras vidas, claramente, no. Aunque, en la clínica, se recurra a un tratamiento de reorientación, para que todo vuelva a su lugar. El puzzle cerebral ha descompuesto las piezas, sustituyendo unas por otras, combinando, alterando. Las máscaras alojan otras máscaras, simulacros, disfraces, caparazones y, como mutación, afloran miles de adoquines que componen calles nuevas, trazados oblícuos, diversos. Tal es el poder de la psicología, el cerebro, un órgano que no nació para ser el guardián de la conducta. Por imitación, aquí está la manipulación, reproducimos tendencias, voces, gestos, palabras, ideas, incluso propuestas por las que mataríamos. Llama la atención un fenómeno poco estudiado y actual. Personas con una media de cuarenta, cincuenta años, confiesan en las redes no haberse enamorado jamás. Desconocen el significado de dicha emoción. Han seguido las pautas sociales para evitar el rechazo y adoptar la pertenencia al grupo. Es decir, primer amor, noviazgo, pareja, matrimonio, pero con ausencia de saber que se siente al estar enamorado. Quizá fallen las herramientas. Cuando aprendí a leer y escribir, Michi, la abuela materna, me regaló un diario con candado y llave. Lo hizo con todos los nietos. Quería inculcarnos la necesidad de plasmar nuestro día a día, trabajando la emoción, redacción, gramática, caligrafía, el arte de la expresión. Fue adictivo y terapéutico. Lo mantuve de por vida. La importancia de la escritura diarística, para interpretar el mundo y lo que somos dentro y fuera de él. Milagros Roa Sánchez publicó un trabajo de investigación en 2010 acerca de los diarios de Zenobia Camprubí, en su relación con Juan Ramón Jiménez, realmente interesante. Recuerdo que en cierta ocasión, un amigo de mis padres, de profesión anticuario, quiso poner a prueba mi olfato empresarial. En su tienda de antigüedades, "elige lo que quieras, lo que llame tu atención". Elegí un diario. "No tiene gran valor, puedes quedártelo". Comencé a investigar hasta dar con una de las protagonistas, Emilia Rodríguez-Solano y Pastrana. Vivía sola, retirada, a las afueras, en Galicia, en una casa prefabricada. Allí reconoció, sorprendida, el diario de la autora, una amiga de la infancia. Contó la historia: Ambas pertenecían a familias acaudaladas, con una pequeña diferencia, abismal. Una, católica, practicante, religiosa hasta el fanatismo, y otra, atea y comunista. No aprobaban aquella amistad en la que tenían que verse a escondidas. Para separarlas, la que escribe el diario, a la edad de diecisiete años, ingresa como monja en un convento de clausura, la Orden de Dominicas de Belvís, en Santiago de Compostela. Llegué a conocerla y cartearme con ella durante dos años. Decir, además, que Emilia Rodríguez-Solano y Pastrana, Catedrática de Historia, publica su tesis doctoral analizando todos los documentos de Celso García de la Riega, especialmente, el de Cristobolo de Colón, con los métodos de cámara oscura, luz infrarroja, que permite ver lo que aparece por debajo y lo sobrescrito, corroborando los estudios de Riega, que apuntan a que Cristóbal Colón era gallego. Lo hace en 1967. 

Imagen: Leonora Carrington. Pinterest


ABBA. Gracias por la música


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