Cadaqués

 Entrando en Cadaqués, el Alto Ampurdam, Gerona. "Cuatro días, cuatro putos días, di que sí, coño". Solo hay dos lugares dónde siempre quise adquirir una casa, Sevilla o Cadaqués. Carmen llamó a Richard, un viejo profesor, inglés, jubilado, que vive en Cornualles. Hace años decidió invertir comprando en Cadaqués e Ibiza. "La casa de Ibiza la alquila todos los años, y ésta, la tenemos de milagro". Bosque de enebros, eso significa Cadaqués, uno de los pueblos con más encanto de la Costa Brava. Veraneé muchos años en Platja d'Aro. Aquí, la Casa de Salvador Dalí, el Parque Nacional del Cap de Creus, Faro de Cala Nans, Iglesia de Santa María, la Platja Ros, Isla Port Lligart. Restaurantes acogedores: Can Tito, Es Racó, La Sirena, Es Baluard, Casa Nun, El Gato Azul. Por la noche, Café de la Habana, el Carme, en Figueres, El Lloc Café Bistrot, Bocam, abre a las ocho de la tarde. Nuestro itinerario. Llevamos dos días. La casa de Richard está situada en el casco antiguo, a un minuto de Port Alguer. Se accede a través de patio, con otro patio interior, una sola planta con altillo, tres dormitorios y dos baños. Luz, vegetación, techos abovedados, biombos, chimenea de piedra, en el altillo un despacho amplio, cómodo, con internet y vistas a la playa, sin ruidos, tranquilo. Desayunamos en Gispert, café, té, crepes. Un histórico, el Bar Melitón, Boia, para todo, La Frontera, copas después de cenar. Galerías de arte, tiendas, piedras, plantas, barcas, añejo, romántico, leyenda, suquet de peix, plato típico. Riba des Poal, el paseo marítimo, paellas, pescado frito, buganvillas, manteles a cuadros sobre mesas de madera. Riba Pitxot y sus terrazas, la Avenida Víctor Rahola, panorámicas de cinemascope. Hasta el Faro de Cala Nans, cinco kilómetros a pié. La casa del exilio, vendida. Doce años esperando este momento. Qué liberación. El mar disipó todas las dudas. Con un café delante hago una oferta a Carmen y Belén. "No tenemos hijos, esposa, maridos, ninguna atadura, hagamos algo extraordinario, ahora o nunca". "Qué quieres decir". "Compremos algo en Sevilla, un lugar dónde recordar, estar, huir, pase lo que pase, los tres, ajeno al tiempo y circunstancias". Miradas de sorpresa, estupor. "J'aime l'idée, oui", "vale, pero que no cueste un ojo de la cara, habrá que buscar bien", "la tengo, Belén, hace un año que la tengo. En la Plaza de la Encarnación, ochenta y cuatro metros, reformada, techos altos, exterior, amueblada, chic, el precio, entre los tres, una bicoca, mirad las fotos". "Guau, es preciosa, joder, dame el teléfono de la inmobiliaria". "Nous sommes fous, nous devrons célébrer". "El veinte de agosto nos la enseñan", "non, Belén, vendredi, fais signe de 2000 euros, maintenant". Belén continúa negociando: el viernes seis, esta semana. La casa está impecable, con todos los papeles en regla, sin problema. El movimiento de Carmen, inteligente, desconfiando que el gobierno pueda tomar medidas drásticas. Adelantándose con esa intuición rápida, de cerbatana. Es verdad, el tiempo nos cambia. Ya no necesito el mar, ni las gaviotas, ni el recuerdo de Vigo, ni Barcelona, Cádiz, Marbella, Pontevedra, tampoco. La nostalgia de mudar la piel en el recuerdo, que pena, ese adiós sin querer, inevitable pero real. Prefiero la verdad, dolorosa, gratificante. Sevilla atrapa el alma, sacude huesos, carne, arterias. Esa mujer hipnótica, misteriosa, una diosa, herido de muerte, a sus pies. La Campana, el barrio de Santa Cruz, la Torre del Oro, el Guadalquivir, los pestiños, el flamenco, la luz de París, el color verde, esmeralda, Esperanza Macarena, el olor a azahar, los naranjos, la Catedral, ese Puente de Triana, el pescaíto, los palillos, taconazo y vuelta. Madrid, la novia eterna, y Sevilla, el duende.

Imagen: Selina Fernández


Dolce Vita

Entradas populares