Roby Pollón

 Roby Pollón, de profesión, ladrón. Cuando aterrizó en los madriles buscaba un chollo a la medida, un banquero, un famoso, le gustaban los hombres pero su sentido práctico de la vida le llevó a no hacer ascos a nada moviendo la butifarra. Un agujero por delante, otro por detrás, pasta, pasta, quiero pasta. Con sus recién estrenados veinte años  iba al Rastro a cazar a la "jet set". Si, allí localizaba buenos apaños. Su objetivo era ser el "entretenido", "querido", "mantenido", de algún viejo adinerado, una anciana posmoderna, que lo vistiera Pertegaz, el modisto de moda. Ejerció de chapero y con bastante suerte. Un cantante famoso lo sacó del estercolero de dormir en los portales a base de bocatas de mortadela, al genuino estilo Carpanta. Podría parecer un hijo de la miseria buscando alcanzar la gloria, el mundo está lleno de historias similares, pero, no, era un depredador, un resentido sin escrúpulos, un miserable. La primera mano que le dió de comer, un niño bien, literalmente, lo arruinó, aplastó, lanzándolo al pozo del demonio, a una depresión con intento de suicidio. Por dónde pisaba no crecía la hierba. Con una buena cartera de clientes, puertas giratorias y ventanas a la cima, escalaba peldaño a peldaño, un trepador profesional, el mejor. Hombres y mujeres se lo disputaban en un itinerario que abarcaba desde hoteles, saunas, fincas privadas, yates, en medio de una torpe obsesión por lucir como modelo, actor, que para eso cuidaba el palmito en los gimnasios, pesa arriba, pesa abajo. Conquistó a varios bombones de la época, chicas monas, ricas, con corazón, que entraron al trapo cortejadas por ese lápiz entre las piernas. Porque el rostro amargado lo tuvo toda la vida. Quizá esa expresión de "malote", "lobo feroz" formara parte del "sex appeal", todo es posible en la viña del Señor. Se hizo con propiedades, hijos, litigios, dejando cadáveres, cuentas corrientes a cero, las de otros, claro está. Y cayeron los años encima. Comenzó a entrar en esa espiral del olvido hasta que alguna tonta de turno, de las que les falta un hervor pero tienen la billetera abultada, generosa, decidió adoptarlo como animal de compañía, un marido, para ser exactos. El "madelman" volvía a tener capa, pico y delirios de grandeza. La política hizo todo lo demás. El mejor lugar, un púlpito. Para decir sandeces, ahora el caballo ganador era una mezcla de pitonisa y sacerdote. Un cenutrio. Con sus viejas prácticas, porque no hay lugar más apropiado para follar que la política, créanme, cuñaos. Eso es un desmadre superior a Sodoma y Gomorra. El color, lo de menos. Que sube el pan, socialista. Que sube la luz, de derechas. El programa, a ver, que ya existe el "pinganillo", el repetidor. Y ese rostro de imbécil que mola tanto. A este país le ponen los idiotas vuelta y vuelta, Mari Pili, no tiene coño el tiparraco, no lo tiene. Y el resto a deslomarse. Que da lo mismo que no hayan camas ni hospitales, joder, muérete y punto. Que tampoco, profesores. Si ya pasas al curso siguiente con un roscón de asignaturas pendientes. Los máster, licenciaturas, se falsifican, a ver, reciclate, despierta, Maruxa, que no dan duros a peseta. Una invasión extraterrestre. Quiero un platillo volante, una chica ye-ye de Valladolid, una lagarterana, bailar la jota sin Pedro J. Al límite de la dignidad, El libro del desasosiego, de Pessoa. Soy Ricardo Reis: "Lo que sentimos, no lo que es sentido, es lo que tenemos. Claro, el invierno estrecha. Como a la suerte lo acogemos. Haya invierno en la tierra, no en la mente y amor a amor, o libro a libro, amemos nuestra hoguera breve".

Imagen: American Gigolo/vanidad.es



Just a gigolo


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