Como el viento

 Desde la llegada de José Manuel Pérez Tornero, el ajetreo de reuniones, planificación, objetivos y demás funciones, la ausencia de Natacha que todavía sigue en París y cierta pereza por escribir al salir del despacho, se han ido tejiendo los días, esos días de gloria en una ciudad por la que siento pasión, Madrid. Pero tu llamada lo trastocó todo, querías verte conmigo, después de tantos años. Tuve miedo y te dije que si. Tal era mi expectación de tenerte delante, escuchar tu voz, asombrado de que tomaras esta decisión. Como el viento, susurrante, atemporal y agitado, el remolino a tu paso de llevarte todo por delante incluyendo las causas que ni siquiera eran tuyas, no habías cambiado en absoluto, imposible, y volviste a preguntar lo mismo: "Donde comemos". Mi itinerario, de Palacio a La Latina, el tuyo, Chueca. Y como era menester, en ese barrio comimos. Querías saber dónde me había metido a lo largo de todos estos años. La pregunta del millón. Improvisé con cautela, sin demasiado entusiasmo, poniendo atención en esa tristeza envuelta en rebeldía constante y que los ignorantes toman por rabia, ira, malestar, desconociendo lo que Freud denominó "el aparato de la psique". Seguías buscando tu lugar en el mundo, escapando de tí, un gasto inútil de energía y que obedecía a secuelas, idas y venidas de razonamientos alejados de valentía por esa fragilidad de no aceptar lo que el espejo te devuelve y que resume tal sufrimiento. "No te retoques más, por favor, no lo necesitas". "Bueno, ya sabes lo que es la televisión, renovarse o morir". La televisión es un pozo de agonía, un circo romano, un negocio redondo, el mayor de los abismos al que te puedas asomar si conduces sin frenos. Me pediste consejo sobre ciertas posturas incómodas, un litigio y las intransigencias de directivos en la cadena a la que sirves. No hay mucha diferencia entre prensa escrita y TV. Negociar, pactar, cierta flexibilidad en ese juego del toma y daca, y la ausencia de soberbia, más sentido práctico, seguían siendo tus asignaturas pendientes que, por otra parte, importaban un bledo. Elegías caminar sin normas, topes, reglas, mientras escuchaba afuera el sonido del afilador. Resultaba surrealista, casi mágico, la verdad. "Voy a tomarme unos días de descanso, quizá elija París". "Yo también necesito vacaciones, el mar, echo de menos el mar". El mar de tu mirada, las pulgas marinas, la arena blanca filtrada por el aroma de salitre, las algas, la resaca y esas pequeñas olas, formando obeliscos, saliva y los barcos al fondo llenos de medusas y sirenas, así lo recordamos los dos. Náufragos, piratas, buscadores de tesoros, prófugos, ladrones de instantes únicos que tras la mirada perdida otean la lejanía seguros de detectar "algo" que quizá al resto se le haya pasado por alto. No somos tan diferentes. Y podemos parecer lo mas opuesto e intransigente, lo sé. Así es la navegación de desconcertante cuando un vigía se encuentra en popa y el otro, en proa. "Te dejo en casa". "No. Ya voy caminando". Un abrazo, dos besos y observé como te alejabas, sumida en tus batallas, peleas con el mundo, la gente, los pájaros, como una barca mecida por la brisa marina y ese tostado de galleta.

Imagen: Barcas en el mar/tuspuzzles.com


Nyno Vargas. No me lo creo.

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