Sucedáneo

 Ayer, un anciano, contaba historias sentado en un banco y al otro extremo, una joven, escuchaba. El eterno canon de las vanidades, el amor, alquilado, hipotecado, traicionado, enaltecido, subrogado, copiado, negado, auxiliado, robado, aniquilado, amor, a fin de cuentas, ya sea como concepto o imagen mental. Es curioso observar como quienes tienen "amor" desconocen su esencia. A quienes les falta, lo invocan. Y quienes lo han conocido ocasional o sucesivamente, siguen encontrando rarezas para definirlo en su forma más justa y honesta. Los múltiples sucedáneos del amor. Los ropajes variados que presenta para no ser más que un dulce o amargo sucedáneo. Rápidamente, los tres, nos vimos enzarzados en una dicotomía verbal acerca de lo que el "amor" enseña, calla, muestra, aporta o proyecta como maya en nuestro ADN. Hasta dónde somos capaces de amar con conciencia de estar haciéndolo. Donde empiezan y terminan las trampas del amor, para diseñarlo por comodidad, circunstancias, egoísmo, ambición, tiempo, espacio, rutina, seguridad, anhelo, como el mejor de los disfraces. Al amor se le distingue por su altura en vuelo, apunta al infinito. Rompe esquemas, siempre. No se le conquista con limitaciones mentales, con lenguajes absurdos resultado de nimiedades como sexo, edad, dinero, medicamentos, hijos, nietos, y pretextos varios. Al amor no se teme, uno se entrega y punto. Y toda justificación es obra de cabezas pobremente amuebladas. Con la razón, olvídate, pasa de largo, habrá otras paradas, autobuses, trenes, quédate en casa leyendo a Kafka o Corin Tellado, no lo vivas, porque el amor es riesgo, adrenalina, desobediencia y todo aquello que aprendiste como políticamente incorrecto. El amor para proscritos, poetas, gente de "mal vivir y dudosa reputación", ajá, con todas las metáforas y dobles lecturas que esto implica. Amor para elefantes, peces, navegantes, amor sin brújulas, direcciones, equipajes, no duele, está. A ustedes les duelen los prejuicios, el concepto "imposible" para no perder composturas, el "ahora no me viene bien en este momento de mi vida", "hace unos años, quizá", "es tarde, no me chupo el dedo", los mas temerarios, "aprendí a delegar en otras cosas, mejor lo aparco, no vaya a ser", el listado de frases a elaborar cuando aparece el amor como un personaje, un viento fresco en la cara, no tiene vergüenza, porque deja en evidencia la de miserias que podemos alegar para disfrazar la incapacidad de amar. Siempre admiré a Édith Piaf, desposeída de todo por nacimiento y como el amor le acompañó hasta el final de su vida. El amor exige valentía, olvídense de papeles y moralinas, valor, arrojo, nunca cobardía. El deseo le acompaña, y si lo juzgan, se va, desaparece, la mejor de sus lecciones. El aire viene y va, se desplaza alegremente porque es en si mismo, actúa bajo la naturaleza de la expansión. No se dobla como una camisa para colocar acertadamente en un cajón. Si por un momento lo creyeran, mirenle con los ojos del alma, a ver que contesta. "Ya estoy viejo/a para amar, prefiero recordar". Estás muerto, acéptalo, el amor contiene vigor, alegría, renovación, expectación, rarezas, desconocimiento, sueño, ambición, enseñanza, aprendizaje, aventura, emoción, locura, la sinrazón. El amor enseña nuevos pasos, risas, caminos, libros, músicas, idiomas, silencios, ruidos, paisajes, lugares, casas, modelos, palabras. Es curioso como tres generaciones diferentes unidas en un banco nos tocamos el alma entre risas y felicidad con pleno consenso, idéntica esperanza, porque el amor es siempre amor y nunca un sucedáneo.

Imagen: tres en raya. Corazón/Pixabay.com


Edith Piaf & Theo Sarapo

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