Camas supersónicas

 He tenido tiempo para pasearme por Madrid, Centro y Chamberí, mis guaridas, y comprobar con enorme tristeza como todo aquel personal de TVE ya no está, se fugó. Maquilladores, sastrería, ayudantes de producción, dirección, realización, redactores, fotógrafos, que vivían al día, profesionales de toda la vida, para entendernos. La subida de alquileres tuvo la culpa, lo sé, tal y tal. Queda alguno con plaza fija y despacho, sí. Nada más. En este mundo de banalidades, entramado de sociedades fantasma y evasión de capitales, de ministros, principalmente, con ayuda de Hacienda, la misma que persigue a Ana Duato e Imanol Arias, por poner un ejemplo, pero deja desaparecer nueve mil millones y exentos de impuestos a sus amiguitos, de todos los colores, la misma. Esa cartera a la que ustedes rinden respeto y servidumbre y a mí solo me produce asco y rechazo. Es bien sabido que en profesiones donde se mueven enormes cantidades de capitales, el sistema de promoción más rápido y eficaz es la cama, los contactos, las influencias, pero con cama obligada. Y me centro en lo que conozco, exclusivamente. Los hombres suben a las mujeres y a los hombres. Las mujeres nunca suben a otra mujer aunque hagan camas con promesa. Y pocas, poquísimas, suben a un hombre. Entre otras cosas porque no cuentan con el poder suficiente para ello. Me viene a la cabeza esa directora de programa que subió a su niño bonito para colocarlo en prensa escrita, tv, y mundo editorial, progre, chulo y amargado, pero con los bolsillos bien llenos; y poco más. Son escasas. Hay casos de quién no acepta, no está dispuesto a pasar por el aro, y a la larga conoce la salida, el anonimato, olvido, precariedad y a otra cosa, mariposa. Podría hablar de la industria musical y el cine, también. Pero me centro en las grandes cadenas, en los medios, en Madrid, y que conozco por dentro como pez en el agua. Es un toma y daca, la madre del cordero. Hay que tener tragaderas, exceso de ambición, ego a borbotones y ausencia total de valores, pero funciona, se perpetúa como mausoleo. Compensa a quien compense, no somos iguales, afortunadamente, me encantan las rarezas y excepciones, los minoritarios, los que mueren con las botas puestas antes que disolverse en el gris y aceptan destinos incomprensibles para una gran mayoría que juran y perjuran estar dispuestos a pagar el talón que sea a cambio de una vida desenfrenada, llena de placer, lujuria y enormes dividendos en sus cuentas. Bien, encantado de conocerles. No me impresionan ni les envidio. Llego a la Plaza del Dos de Mayo y un amigo común de Raúl y Mamen Sanz me cuenta que hace días preguntaron por mí. Diles que estoy bien, pero inaccesible para todo el mundo, o mejor, ignora esta conversación. Ríe con ganas, me coge del brazo y le sigo. Ha comprado un dúplex en Quevedo, con terraza. Por dentro, unas columnas salomónicas, divanes, minimalista, papel pintado con aves del paraíso, cisnes y un pequeño lago, nivel ensoñación, con mucho gusto. Rápidamente prepara un sándwich vegetal con huevo, aún recuerda mi pasión de antaño, unas olivas, quesos manchegos, y una botella de albariño, detalle dónde los haya. Y el arte de la conversación, anécdotas nuevas, de este, el otro, el de más allá. Quién se jubiló, ascendió o pasó al banquillo, bodas, noviazgos, divorcios, un libro abierto. Disfruto de esa frescura, confianza, amabilidad. "Allá donde se cruzan los caminos, donde el mar no se puede concebir, donde regresa siempre el fugitivo, pongamos que hablo de Madrid. Donde el deseo viaja en ascensores, un agujero queda para mí, que me dejo la vida en sus rincones, pongamos que hablo de Madrid, de Madrid". Esta versión por Antonio Flores, faltaría más. En qué piensas. Oye, creo que Quevedo era un cachondo. A las palomas les gustan los libros, si las piedras hablaran. Apuro el cigarrillo mientras cae la tarde, mirando la Glorieta.

Imagen: Glorieta de Quevedo/Antonio Jiménez/fotomadrid.com


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