Misisipi

 "El amor es una enfermedad en un mundo en que lo único natural es el odio", palabras de José Emilio Pacheco. La vida son tus decisiones y la capacidad para responsabilizarte y hacerte cargo de ellas. No hay más. Lo contrario son tiritas, engaños, zapatillas de esparto, mentiras, que funcionan hasta que un incidente retira el velo y afrontas la verdad, el origen de tanta pantomima. Nadie vendrá a rescatarte, ninguna alfombra mágica, pócima, medicación, libro, manual de orientación para náufragos, deja de gritar al cielo, porque el espejo no engaña. Si tus demonios son la soberbia, el narcisismo, un ego heredado del postín de la familia, coge el revólver y quítate de en medio. Tranquilo, no lo harás, dejarás que los muros crezcan como rascacielos, tal es tu dejadez, cobardía, siempre encontrarás el consuelo de derivar tus fracasos en terceros que no respondieron a tus expectativas. Cuando fui un joven aspirante a poeta, los seres desgraciados, los eternos perdedores, con vidas terribles, escalofriantes, la literatura rusa los describió a la perfección, acaparaban toda mi atención, interés, sencillamente, me fascinaban. Conocí muchísimos, al terminar Clínica, la psicología, ya saben, la saturación por manicomios, casuísticas, variables, psicometría, diagnósticos, paranoias, obsesiones, delirios, esquizofrenias, psicosis, desplazaban los mejores de los versos aprendidos. Y pasé a cambiar de baraja, por aburrimiento soporífero. Dirigí la atención sobre sujetos tranquilos, equilibrados, felices, sin arenas movedizas. Agradecí la calma de aquel viaje. Volvió la fe, esa que la ciencia arranca de cuajo, a dentelladas, en aras de lo medible y comprobable. Continué navegando en aquella balsa por el Misisipi, con la compañía de Huckleberry Finn. Nunca agradeceré lo suficiente a Mark Twain aquel milagro que me condenaría de por vida a sentirme Tom Sawyer. Ya ves, este escritor sublime, que fue cajista, impresor, minero, piloto, reportero, periodista, que tocó la gloria enriqueciéndose hasta el infinito, pero su escaso talento para las finanzas lo arruinaría por completo. Los mediocres,  usureros pragmáticos, suelen acumular cantidades ingentes de dinero a heredar por sucesivas generaciones. Ah, no, si. La perra para Chita, que no soy Tarzán. Recuerdo como accedí a una de las redacciones más prestigiosas de Madrid. Una hoja, una mesa y en aquel folio, una pregunta: "Qué solución tomaría usted en caso de poseer varias empresas y todas fueran a la quiebra". Respondí: "Me iría a vivir debajo de un puente y allí planearía levantar la siguiente". Ante la sorpresa de los presentes que me contemplaban asombrados, resulté elegido. Vamos a ver, hubo anteriormente una prueba de redacción, estilo y tal. Pero este último tramo hacía que te quedaras o te largaras. Ese espíritu y no los conocimientos financieros, bursátiles, interesaron y pité. Sin dedos, influencias, recomendaciones. A veces, ocurre, familia. Como puede sostener tanta gente, así, en general, la premisa de que "la vida pasa volando". No, para nada. La vida, para mí, es larga, larguísima, eterna y a cámara lenta. Sobre esta cuestión recuerdo, cenando con Nacha Guevara, en el Café de Oriente, ya saben, frente a Palacio, mirándome a los ojos, sin cantar, contestaba: "Para cuando me vaya no habrá amanecido, ni para el amor, ni para el olvido". De todo se extrae experiencia, sí.

Imagen: THE GRNAGER COLLECTIO/AGE FOTOSTOCK/nationalgeographic.com


Para cuando me vaya. Nacha Guevara.

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