La libertad

 Miren, este que ahora escribe, es un desencantado del sistema educativo. El precio de la libertad. Lo escucho y sonrío. Esa tan desgastada palabra empieza con un libro en la mano, el mejor de los amigos. Ese profesorado, ya sea en colegios, institutos, que no incentiva la lectura, "es que no viene en el programa". No se disculpen, es bochornoso. Ustedes heredan un sistema impuesto, pero cada aula, sus alumnos, les pertenecen, están en sus manos. Si amaran realmente su profesión lo sabrían. Yo amé la mía con pasión, devoción, la sigo amando desde el exilio, a pesar de lo que está cayendo. Un profesor que es incapaz de lograr que sus alumnos sean incapaces de leer, asimilar dicha lectura e invitarles a la reflexión, autoevaluación, espíritu crítico, el conocimiento real y absoluto de los grandes valores que mueven el mundo, debería tener la honestidad de abandonar, dimitir. Yo lo hice, muchos lo hacen, la inmensa mayoría, no. Se suben al carro y a vivir, a cobrar, a lo seguro, que la incertidumbre aterra. Uno de los mayores pecados de la historia de la humanidad es la falta de coherencia, la integridad. Ah, un ser íntegro, que maravilla. Les llevo a la era González, el felipismo. Como anécdota. Los del traje de pana, tan obreros, sindicalistas, tan del pueblo llano, con gustos sencillos, de a pié. Pues, bien, el señor Alfonso Guerra ponía el coche oficial a su querida para ir a la peluquería, una famosa aristócrata de sangre azúl. Un pequeño hecho que dice tanto sobre la hipocresía, la falsa moral, la supuesta y tan cansina palabra "ideología", porque es chocante, verdad, anda que no. No es un secreto de Estado, que los hay, ya les dije en mis primeros artículos, capaces de dinamitar, llevarse el país por los aires. Lo de la huída del Borbón por ladrón es un juego de niños al lado de muchas cosas. Y mira que ya es grave, sí. No abrí este blog para jugarme la vida, lo tengo clarísimo. En la profesión toqué todos los palos, cultura, política nacional, internacional, corazón, prensa rosa. De todo aprendí en aquel Madrid donde se gastaba suela y no camas, que también se utilizaban para subir, medrar. Ahora es un pasaporte seguro para llegar a la Luna. El precio de la libertad, repito. Donde está, que significa. Donde poner un no que es sí. Un sí que es no. La valentía, ese otro palo de la baraja representado por el mazo, la espada y el as que afirma.  Ayer me reprochaba: "sigo siendo excéntrico, solitario, extraño, salvaje, incapaz de ser domesticado". Asilvestrado como las bestias, el mar, los pájaros, mientras observo mecerse al viento ese naranjo desde la ventana. Añorando otros exilios más seguros o delirantes, en sintonía conmigo, rascacielos interminables, para "rascar" el cielo. Y ese songongo en la cabeza que repite: "torres más altas cayeron".

Imagen: EE. Archivo/elempresario.mx


Mikel Erentxun. Mañana.

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