Kassandra

 Kassandra se sentó en su propia higuera a mirar, oler, sentir, porque conocía la película y el final, cantando. La otra Casandra, la de Troya, hija de reyes, se lo advirtió en profecía y como era menester en estos casos, por destino, tampoco la creyó. Kassandra de noche, kassandra de día. Con su traje impecable, rojo, chaqueta y pantalón, corte masculino, marca Prada, y los pies desnudos al sol. Protagonistas, libres de hipotecas, cadenas, grilletes, promesas, renuncias, compromisos con la palabra, el tintero, la pluma, el verso; y los bolsillos vacíos, hermosas columnas las de la libertad, que no profesan destinatarios, horarios, acuerdos, sindicatos, valores en bolsa, depredadores del tiempo y la rutina. Atrás quedaron los despidos a destiempo, los trenes de compases en flor, los secretos de tantas noches con manta de piel y de amor, enredadas hasta la mejor de las palabras sin cumplir. Y escuchó idéntica voz, sábado, rompiendo el cielo en otros mil cielos de cristal: "Aléjate del fuego". Roma ardía a lo lejos, secuestrada por nebulosas brillantes, que avivaban aún más el color rojo, con otros rojos aprendidos en el pasado remoto: pimentón, azafrán, sangre, amapola, cereza, corazón. Los pájaros seguían cantando, en plumajes serenos, perfectos, la más bella de las sinfonías: "Déjala que baile con los pies descalzos, dibujando un mundo nuevo". En Santiago de Compostela llovía a cántaros y en clase de antropología, filosofía, Apolo, enamorado de la hija de los reyes de Troya, le concedía el mejor de los dones, la profecía. Pero, Casandra, mi amor, aquel que tan poderoso se ofrecía no acertaba a conquistar tu corazón. Penélope, con su traje de piel marrón, la esperaba en la estación. La ira de Apolo fue contundente al verse rechazado y aplicó la maldición: nadie creería jamás sus advertencias, sus predicciones. Kassandra advirtió a Penélope. Penélope no la creyó. Las manecillas del reloj agotaron al tiempo que le devolvió a un fantasma que fue y después tampoco fue. Continuaron las advertencias sobre sucesos de naturaleza espontánea, apocalíptica: tsunamis, terremotos, diluvios con arca o sin ella, y sus palabras como eco en la pared, inútiles, estériles, a harapientos, ricachones, fierecillas del campo, bandoleros de caminos, timoneles en barcos, nadie alcanzaba a entender ni aceptar tales sucesos en el futuro. Felices e infelices, continuaban en el limbo, en el alero, trapecio, soga o columpio, tal era el fuselaje de un viaje supersónico a tierras desconocidas. Así llegó hasta la higuera, tranquila, relajada, sin derramarse en conflictos internos, en frases lapidarias que la condenaran al infierno. Roma seguía ardiendo, en cenizas, y un ejército de arpas tocaban solas extrañas melodías rítmicas, pegadizas, que sus oídos captaban con precisión. "También lo advertí con antelación". Kassandra de noche, kassandra de día, Penélope y Casandra de Troya, se reflejaron en el espejo, todas, una. Indivisibles, refractándose, geometría sagrada, el universo. Y a diferencia de anteriores veces, juntas, imprescindibles, sintonías perfectas. Habían roto la maldición de Apolo con la vibración más alta del universo, el amor. Apolo, entristecido, se alejaba, herido en el alma de un Dios poderoso, soberbio, rencoroso, incapaz de aceptar una derrota. Y, justamente, ahora, con el poder de la clarividencia, en todos los mundos, la creerían.

Imagen: Nebulosa cabeza de caballo/NASA/ESA/BUBBLE/AURA/laprensa.peru.com


Déjala que baile. Melendi.

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