Mila Ximénez

 Se acuerdan de aquél "James Dean tiraba piedras", así es Mila Ximénez. Indomable, como el viento, géminis, el signo de los gemelos. Fuerte, carismática, natural, tierna, ácida, elegante y de un realismo con la palabra teñido de la ironía más cruda, acertada, propia de un bisturí. Nunca te dejaba indiferente. Mila solitaria, abrazando al desconsuelo por amiga para sentirse más real tocando fondo. Mila es Mila delante y detrás de una cámara, desnuda o vestida, no es de maquillaje. Es más, aquellos tres meses a su lado era llegar a casa y lanzar los tacones por el aire, andar descalza y la cara lavada con jabón, al natural. Un edificio palacete, apartamentos de lujo, portero físico, en la calle Pez, su amiga Carmen se lo cedía, atravesaba una crisis económica delicada, extrema, sin trabajo y queriendo sacar la cabeza al precio que fuera. La llamé con el pretexto de una información confidencial que a ella le interesó desde el minuto uno. A partir de aquí comencé a experimentar lo que era la vida a su lado. Desayunábamos en El Palentino, comíamos en el Vip de Fuencarral, a veces en Orense y bares, pubs, en general, de Malasaña y Chamberí. Ella solía estudiarme por el rabillo del ojo. "Qué bien te queda la ropa". "Mira, ves, eso me gusta, nadie me lo había dicho nunca". Compraba algunas revistas de corazón. "Pilla la que quieras, tengo la costumbre de leer en la comida". Elegí una de barcos, náutica. "Te gusta el mar, por eso elegiste Madrid. " No, me gusta el mar y elegí la noche en tu mirada", le contestaba yo. "Te estás quedando conmigo, quién carajo eres y qué demonios hacemos aquí". Mila nunca se quiso enamorar de nadie, lo tenía por consigna. Ella, un navegante, un capitán de altamar, un viajero sideral de poderosa intuición en busca de adrenalina, ambicionaba la seguridad que da el dinero para malgastarlo por puro placer, a saco, con ganas, sin mañanas. Esta mujer, femenina pero con el arrojo de un varón tenía los cojones de un miura. Un torero de whisky solo sin agua. Le gustaban los pijamas en rosa y azul con zapatillas de muñecos como llevan los niños. Preparaba café, sin bajar la guardia. "Y esas cartas, supuestamente, escritas a mano por Encarna y que tú conservas, dejarán bien claro si me acosté o no con ella". "En efecto", contesté. Ahora la tenía de frente y sus ojos eran un volcán a punto de estallar. "Me caes bien, sí, vamos a jugar en igualdad de condiciones, sí aciertas, te quedas, sí fallas, te vas a la puta mierda por esa puerta. Me acosté con Encarna Sánchez, sí o no". "Sí", contesté. Ahora ya todo por el aire, papeles, azucarillos, la tostadora, unos cojines..."Sí, maldita sea, y tonta de mí que no supe hacerlo bien, tendría la vida arreglada en vez de arrastrarme como un gusano, joder". Mila adoraba la libertad "la que tienen los hombres y que en la mujer resulta ofensiva, reprochable, inmoral, extravagante". Odiaba la hipocresía, la doble moral, los estereotipos, el mundo, en general. Incluso la TV, que le venía impuesta por su matrimonio con Manolo Santana y por la necesidad de vivir a todo tren sin trabas y con talones suculentos, de esos que no te quitan el sueño.  "Me busco en las esquinas, en la sombra, en el ruido y el silencio, me busco, tratando de evitar espejos, me busco, me busco, tal vez me encuentre, a lo mejor, o no". Mila pensaba en voz alta, se contestaba y cuestionaba frase por frase, tachando, añadiendo, quitando, su rapidez mental te apabullaba, magnífica, original. Contra todo pronóstico, Mila Ximénez sabía vivir la vida. Esquivaba la monotonía, la norma tediosa y convencional. Si llovía se mojaba, así, literalmente. Y te miraba directamente a los ojos buscando la verdad. Sólo temía al amor, a la flecha en el corazón. Quedar paralizada, presa de delirios caducos, ataduras, vuelos imaginarios, horizontes por conquistar. Buscaba el amor con desesperación para decirle a la cara: "Oye, conmigo, no; con el que viene detrás". Y en esa incongruencia, contradicción, llámenle como gusten, ella retomaba el control para descontrolarlo todo de nuevo con la mejor de sus carcajadas y así fluir poniéndose al cielo por montera.

Imagen: Mila Ximénez/okdiario.com


Azul.

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