Pituca, la fotógrafa

 Pituca era una chica de Valladolid recién llegada a Madrid. Se hospedaba en la calle Carretas, fumaba "Bisonte", como Gloria Fuertes, y no se perdía ningún sarao en la Cava Baja, concretamente en La Soleá. De profesión, fotógrafa, buscaba una oportunidad en las revistas de corazón, prensa rosa. Alta, guapa, de vértigo, pan y moja. Todos la pretendían, El Pichi de Vallecas, y hasta Pollito de California. Muy decente ella pero de lengua viperina sabía guardar las distancias cortas y te soltaba: "se mira pero no se toca, apalangao". Le convencí para qué trabajara en Interviú. Aprendía rápido, gastaba suela sin rechistar, en apenas un año era capaz de cubrir más eventos qué nadie y en la redacción celebraban haber apostado por ella. Una noche en Villa-Rosa, con unas copas de más, me propuso ir tras la pista de El Nani, Santiago Corella Ruíz. Los rumores apuntaban a que su cadáver pudiera estar enterrado en una finca de Jaime Mesía Figueroa, nieto del primer conde de Romanones, en Córdoba y no en Vicálvaro. Un asunto tan turbio como complicado. No era ningún secreto que en todas las redacciones de Madrid el tema estaba sobre la mesa, a diario. Testigos, soplones, alguien qué vió, qué escuchó, qué le dijeron, qué sabían por éste y el de más allá. Pero nadie se atrevía a mover ficha. Existía miedo por amenazas, por cierre de revistas y ceses en los cargos. Pedimos un taxi y nos fuimos a Florida Park. Confiaba en qué al día siguiente no se acordara de nada. Seguimos bebiendo daikiri, gintonic, horas y horas, como cosacos. Al mediodía entró en redacción fresca como una amapola. "Y si nos acercamos después a la Plaza Mayor, a por unos bocatas de calamares..." Me dió la risa. Hoy vive en París y sigue trabajando para National Geographic.

Imagen: Restauranis.com



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