Pily y Mily

 En la Plaza de Cascorro vivieron muchos años las hermanas Pily y Mily qué, lógicamente, nunca fueron hermanas sino amantes, novias de toda la vida. A finales de los setenta quedaron desahuciadas y a través de Gloria Fuertes, Encarna Sánchez y Perlita de Huelva se consiguió alojarlas en Carabanchel y fueron mantenidas, ya muy ancianas, por amistades, allegados y simpatizantes de ésta pareja. Nunca se publicó nada, son historias de barrio, sin trascendencia. Pily de Granada, Mily de Pontevedra, hacían repostería por encargo, primero para la clase baja, después para la alta sociedad. Les costó un huevo salir a flote. Marginadas por lesbianas, sin familias, apoyos directos de cualquier tipo, se negaron a ejercer la prostitución por necesidad. Vestidas de hombres, con monos de trabajo, ayudaban en traslados, mudanzas, cargaban bultos, una máquina de coser, maletas, qué sé yo, de todo lo qué pudieran aguantar a la espalda. Arreglaban motores, pintaban interiores, exteriores, lo qué venía a las manos. Ni el franquismo ni la democracia tuvieron el valor, la honestidad, de devolverles la dignidad a través de una mención en dónde fuere, pasaron al olvido sin pena ni gloria. Hambre, frío, portales y la moral de alcoyano. Su lucha por sobrevivir fue titánica. Pero eso cambió de repente. Un maletilla de paso por la Plaza de las Ventas, les regaló un décimo de lotería qué resultó premiado con una cantidad decente para la época. Con ese dinero adquirieron el piso y tuvieron un hogar propio en dónde rehacer una vida normal. Allí decidieron dedicarse a la cocina. Paralelamente, dieron de comer a mendigos, personas sin hogar de manera altruista. Preparaban en grandes ollas sopas de pan, potajes, calditos, e iban dando el queo por el barrio para que los más necesitados, de la índole qué fueran, calentaran el estómago a la intemperie. Tremendamente humanas, solidarias, afectivas, en fin, es más que evidente. En una de las fiestas de Cuqui Fierro alguien las mencionó, más de uno se emocionó y recuerdo qué al salir de aquél palacete, en la Plaza del Marqués de Salamanca, sentí una mezcla de tristeza y felicidad.

Imagen: Plaza de Cascorro/Timeout.es



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