La Gloria

 No hay biógrafo oficial qué conozca los secretos qué Gloria se llevó a la tumba, imposible. Por lo tanto existe todavía un vacío, un desconocimiento total sobre la vida íntima de este gran poeta. Recordemos qué tanto la vida de Picasso como la de Elvis Presley siguen blindadas a través de abogados de prestigio y bajo cláusulas millonarias de confidencialidad para no enturbiar la memoria oficial de los personajes. Hay muchos más, ya lo sabemos. En el caso de Gloria es diferente, un calado brillante por dentro y por fuera, impecable. Pero por piedad, culpabilidad, vaya usted a saber, decidió callar, silenciar, omitir, ciertas cosas de naturaleza amarga, con nombres y apellidos. Hechos qué a su muerte no es qué hubieran levantado ampollas, los hubiera fusilado directamente contra el paredón. Gloría decidió blindar los últimos años de su vida qué fueron un infierno en manos de un verdugo, a favor de ese verdugo para salvar su cabeza. Voy a omitir anécdotas personales, incontables en tantos años de amistad y vividas la mayoría en su piso de Alberto Alcocer. Gloria sólo tuvo un verdadero amor qué recordó incluso en sus últimos momentos de vida: Mari Trini. Amoríos a patadas, sí, las enamoraba a todas. Pero se cruzó un garbanzo negro qué la puso contra las cuerdas. Un ser monstruoso, abominable, una perversa narcisista, qué la utilizó como a una balleta húmeda qué recoge las migajas de la mesa. Aprovechando la insalvable diferencia de edad porqué podía ser su abuela, ésta provinciana con ganas de subir cómo la espuma, -quería ser presentadora- la reina de las trepas dónde las haya, lesbiana de nacimiento, aunque utilizando matrimonios ficticios por el terror a ser descubierta y señalada con el dedo, así de cobarde ha sido siempre, le tiró la caña a la escritora. La enamoró hasta las trancas en sus aspiraciones de "mamá, quiero ser artista" y tiempo le faltó a Gloria para mover Roma con Santiago y que su palomita fuera feliz. Jesús Hermida hizo lo demás. La niña para arriba cómo un ascensor, tenía lista de espera. Gloria sola como una rata pendiente de la puerta y el teléfono, ahogada en llanto como un juguete roto y descartado. Lo vi, fui testigo. Desgraciadamente, día a día, Gloria pierde la partida. La cucaracha se crece y tiene tal poder qué ésta vez no se anda con chiquitas. Lo quiere todo, le exige al poeta qué la declare heredera universal de todo su patrimonio, incluido el piso de la calle Alberto Alcocer. Gloria me lo cuenta por escrito, con pelos y señales, la angustia y las ganas de morir ante el dilema de excluir del testamento a sus sobrinos qué tanto quiere. Está sin voluntad, no le queda ni eso. Desconozco las últimas voluntades de Gloria, aunque siempre temí lo peor. Semanas antes de morir no me localizó pero hizo llegar a través de un famoso cantante un mensaje: "Quema las cartas, qué no vean la luz". Eso hice. Era su última voluntad. No tenían precio, oro puro. Hubiera deseado para mi amiga otro ciclo vital más sereno, justo, equilibrado, libre de garrapatas. Su palomita, dueña de una Fundación.

Imagen: Fuertes/diariosur.es


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