Intereses creados

 El periodismo, de la índole que sea, nunca fue independiente y ahora, tampoco. Lo vendan con propaganda a bombo y platillo, a la parrilla, con rabo de toro o declaración jurada ante notario. Es un Poder más dentro de la pirámide. Una mueca con mucho sonsonete, ruido, focos, cámaras, confeti y labia. El auténtico periodista se estrella contra la pared y acaba abandonando la profesión para mantenerse fiel así mismo. O sale de patas huyendo a otro país previamente amenazado cuándo mete el hocico dónde no debía para destapar la Caja de Pandora, esa que permanece intocable, custodiada, por los siglos de los siglos. En la era del sucedáneo, pelotazo, cualquiera vale porque atravesamos cíclicamente los mismos tramos con diferentes nombres, el perfil permanece inamovible. Venderse al mejor postor, no cansarse de subir las escaleras con la espalda doblada noventa grados y un estómago a prueba de bomba. En el periodismo no existe la amistad, jamás, son intereses creados. Ni el agradecimiento, todo es de quita y pon, hoy te subo mañana te bajo. Es apasionante la rapidez del reciclaje. Las caras se suceden, los programas también, los despachos se desalojan a punta de pollazo, dedo, difamación, queja política, favor pendiente, como la más certera de las balas. Y todos callan, tragan saliva, deseosos de mantener el equilibrio sobre la cuerda floja. Es una guerra de manteros donde sobra material. Exceso de peso, paja, burros, guarrapos, podencos, payasos, malabaristas, puertas traseras, armarios de doble fondo; son decorados, cartón piedra, con sus actores, representantes, hacen su puja, la quiniela, unas veces se gana, otras se pierde. Y el equipo derrotado, para casa, sin prima, pringados, con el cuñado repiqueteando como campanas y gritando: "corre, corre, que viene Maret".



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