Buero-Vallejo

 En el Hotel Gaudí, calle Gran Vía, Madrid. Allí, desde fuera y curioseando tras el cristal descubrí en una mesita, tomando churros con chocolate a Antonio Buero-Vallejo y su mujer Victoria. Entré, no me lo podía perder. Así comenzó una relación única, era 1997. Conocí Las Cuevas de Sésamo de su mano, tal era su insistencia y pasión por enseñarme el lugar. Quedamos en la calle Príncipe número siete. Jamás imaginé tanto encanto y extrañeza a la vez, cómo volver al pasado. Me contó su historia. Fundado en 1950 por María del Carmen Ponte, supuso un espacio bohemio, literario, intelectual, frente a la España del franquismo, rígida, dictatorial, carente de libertad de expresión; dónde personajes variopintos de la talla de Ernest Hemingway, Ava Gadner, Jean Cocteau, junto con poetas, pintores, filósofos, se daban cita. En sus paredes, versos de Machado, César Vallejo, Goethe; suelo ajedrezado, mesitas acogedoras en sofás empotrados y correrizos. Numerosas obras de arte y un piano marca "Petrof", con sus clásicas jarras de sangría y el plato de pipas. Buero-Vallejo además de ser un autor, un dramaturgo de primera, poseía la capacidad de escuchar y hablar lentamente con la palabra viva, adecuada, directa, exquisitamente elegida a la circunstancia, llegaba al alma. Uno de los ingredientes qué enseguida capté fue el profundo amor por su mujer a la que se refería cómo compañera de vida, viaje, aventura, con una igualdad inusual, real, sin disimulo, sin postureo. Desde la más rotunda honestidad, me confesó: "No seré recordado ni por derechas ni por izquierdas porqué jamás me vendí, sólo milité en la Libertad y eso resulta imperdonable". Su visión sobre el futuro de España no podía ser más negra. "Sin luces, violada, pisoteada, sacrificada, arrancada hasta las entrañas, ésto es lo qué veo, viene, sin remedio, sin duda alguna". Fíjate si acertó. Un visionario. Victoria y él se fueron juntos, en meses distintos, pero juntos, en aquél año 2000.

Imagen: Buero Vallejo/cervantes.es



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