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Campari

Solíamos ir con Elvis al Norfolk, un pub inglés, después de los exámenes, a tomar un Campari con naranja. Era lo más parecido a un ritual, fútbol y la copa de marras. Después de la medianoche la peña futbolera desalojaba y disfrutábamos de la música tenue de un piano de fondo. En aquella intimidad salían a la palestra los amores de ida y vuelta, el tema recurrente hasta la obsesión, la agitada vida intelectual de los universitarios regada con el mayor de los gozos, lo que daba sentido a la vida, tal o cual chica que siempre te hacía caso y con la que mantenias un tango lleno de oscilaciones similar a la noria, a los columpios voladores. Al volver a las habitaciones recordabas lo efervescente de la conversación con los movimientos del vaso buscando las palabras, extrayendo pinceladas de recuerdos y anécdotas que resultaban apasionantes para hacer una valoración de la bohemia. Fuimos la generación que más se desnudó para aportar detalles sobre lo que unos llaman amor y no es más que sexo

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